Antonin Artaud
¿Y vamos a borrar la
historia?
Borrar la historia del cuerpo del
psicoanálisis, como noción fundante, es desconocer ese momento inaugural en el
que Lacan le otorga todo su peso[1].
Es, por lo tanto, privilegiar la Obra por sobre el texto. Este privilegio
macera políticas poslacanianas que venden las reliquias del maestro todas manoseadas y como si fueran una Obra. Una Obra
caracterizada por dos atributos: a la espera y desordenada. O quizás porque
está desordenada es que está a la espera. Los lugares se distribuyen, la espera
cae del lado de los hambrientos y el ordenamiento del lugar del otro. Ahora
bien, está muy claro que ese otro goza de una posición despótica respecto de la
Obra. No es de extrañar que en semejante contexto otras voces reaviven la idea
de la muerte definitiva y eficaz del Gran Otro como sedimento del fin de
análisis. Los parentescos se propagan
por el lado de los hermanados en los márgenes y las voces se
multiplican. La reescritura de la historia, en tanto que formaliza una lectura
permite que se desprenda, tallado, el titular de los ideales. ¿Y vamos a borrar
la historia? Idea ingenua la de creer que lo borrado no es, también, una
escritura, así como lo tachado.
R.L.J.
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