Roy L. Jacob
Los
espectros del Gran Otro en análisis
La idea para este trabajo parte de un tema
de numerosos pliegues, nódulo de resistencia en el análisis, que si bien fue
trazado por Lacan, es retomado por Jean Allouch en su libro titulado
“Prisioneros del Gran Otro. La injerencia
divina I”. Allí Allouch recordará el
juego propuesto a los prisioneros en el texto de Lacan “El tiempo lógico y el
aserto de certidumbre anticipada” y comparará al Gran Otro con una “prisión” de
la cual se sale a través de un acto.
Esa prisión
sin director ni guardias – no se necesitan en absoluto – ahora diría es
la del Gran Otro o, más precisamente un Gran Otro que habita uno de los
fantasmas de Dios. Puesto que Dios, desde que se proclamara su muerte con
Nietzsche, no deja de persistir en la existencia bajo esa forma fantasmal
desplegada en múltiples versiones.
Se
objetará que en determinado momento de su trayectoria Lacan llegó a decir que
el Otro no existe. Por lo tanto ¿había existido hasta entonces? Sin duda
alguna. No obstante esa declaración, que además debió reiterar y comentar
numerosas veces, no le puso término a su existencia (…) Acceder a la
inexistencia del Otro no es fácil. Se trata de una salida, del cierre de un
recorrido subjetivo que, para algunos, se desprende del análisis, que para
otros se da por otras vías y que, para otros más, sencillamente no se da.[1]
También dirá: “Hay fantasmas del Dios muerto
que frecuentan determinados lugares estratégicos del análisis, inhibiendo su
exploración, perturbando el ejercicio analítico que por ello fracasa.” [2]
Ésta aseveración abre una pregunta: ¿Cuáles
son esos fantasmas del Gran Otro que obstaculizan un análisis?
Si Allouch menciona a la salida del Otro
como aquello metaforizado por una cárcel, (eso sí, una cárcel peculiar) es porque
lo que se pone en juego en el análisis es una determinada relación del sujeto
con el Otro.
En un texto presentado en la Reunión Lacanoamericana[3]
intenté asomarme al modo en que el ser
hablante habita el denominado campo del Otro
(en tanto que este último existe, aún, cada vez) tomando un rasgo
particular: la culpa. Allí concluía: la culpa es uno de los tributos, uno de
los impuestos, que el sujeto tiene que pagarle al Gran Otro por el hecho de que
éste lo ha alojado en su seno. Esto no es algo novedoso y Lacan insistió mucho
en la posición del súbdito, del esclavo, e incluso de los hablantes como
prisioneros del lenguaje. Acordamos: prisioneros del Gran Otro. En aquel texto
también pensaba una salida: el análisis (pero ¿solo el análisis?) como aquello
que le permitiría a alguien devenir “autor”, partir de la materia prima del
Otro y hacer con eso otra cosa. No solo
que sea dicho en los significantes un decir propio que desconoce, sino
acercarse a una posición ética respecto al decir: “yo dije eso”.
Esas pequeñas conclusiones hoy me sirven
como punto de partida para una nueva interrogación: si ser autor es poder tomar
esa materia prima como propia para poder hacer algo con eso ¿hace falta un
avance en el análisis para pensar que luego habría una salida? ¿Qué podría
obstaculizarlo?
No es este un trabajo que plantee el modo en
el cual se sale de un análisis. No es un trabajo sobre el fin de análisis
(aunque esté en el horizonte). Es un trabajo sobre los atolladeros que
encontrará Teseo para salir del laberinto del Gran Otro, sobre las presencias
divinas que asaltarán su mente mientras recorre esos pasillos infinitos, sobre
el hilo que se pierde en la espesura de la oscuridad.
Por el lado de la
Historia.
Según la versión extendida del duelo para
Allouch, harto simplificada aquí, es necesario que el doliente, para realizar
efectivamente el duelo, pueda dejar que se pierda con el muerto, un trozo de sí
mismo. Hipótesis de la segunda muerte
que recorrerá algunos libros del mencionado autor[4], y
que parte de la idea lacaniana del entre-dos-muertes; entre la primera y la
segunda muerte lo que queda es un fantasma (un espectro digamos).
¿Cuál es ese trozo de sí mismo que
permitiría al doliente del Gran Otro enterrarlo definitivamente sin que sus
fantasmas lo asalten sin cesar? Allouch responde: los Grandes Relatos
(religiosos, políticos, históricos, filosóficos, culturales, personales, etc.)
También es lo que realiza el analizante al
final del recorrido analítico: Ahí se encuentra despojado de toda veleidad, de
toda preocupación por construirse una historia, es decir, por construirse como
historia, porque eso sencillamente ya no le interesa, ya no importa. [5]
Entonces partimos de la historia y retomamos
nuestro tema: ¿de qué modo “la historia”, en tanto susceptible de encarnar una
manifestación del Gran Otro, puede devenir obstáculo en la cura?
La historia puede cobrar matiz de gran Otro
en tanto se convierte en una historia total, cuyas lagunas hay que llenar. Este
era, al parecer, uno de los objetivos del psicoanálisis en sus inicios: rellenar
lagunas, cancelar represiones, hacer consiente lo inconsciente. Ahora bien,
esto es correlativo de una cierta noción de lo inconsciente: “El inconsciente
es ese capítulo de mi historia que está marcado por un blanco u ocupado por un
embuste: es el capítulo censurado”. [6]
Pero Lacan dará varias definiciones del inconsciente,
y en el seminario 24 dirá que es la “Unebevue” (Une – bevue: una equivocación,
se asemeja a nivel sonoro con Unbewusste: Inconsciente, en alemán).
La equivocación va en contra de la historia:
ninguna historia puede darle un sentido convincente a la equivocación, y a su
vez la equivocación agrieta la historia. Cuando alguien se equivoca en análisis,
su historia se derrama un poco, eso que quería decir ya no es, se ha perforado
la historia, no solo aparece un espacio en blanco, un agujero (Unbewusste),
sino que esa equivocación ha dejado de remitir a un sentido, ha perdido su
referente. Si alguien, en análisis, puede tolerar esa pérdida de referente y
puede dejar advenir algo de lo “diverso”, entonces se encuentra con que aquello
ya no es una historia, ya no es una,
ahora será diversa. Pues lo que surja será una cuestión no ya de sentido sino
de significante. El significante apunta a lo diverso pues, digámoslo con una
frase ultra consabida, en tanto tal no significa nada, sino en tanto es
susceptible de condensar (o de desplazar) para un sujeto una pluralidad de
significados.
Lacan explica de un modo muy claro la manera
en que actúan estas técnicas del significante con el ejemplo de la formación de
la palabra “aterrado”[7].
En un principio “a- terrado” significaba abatido (en la tierra), y solo por una suerte de entrecruzamiento con
la palabra “terror” (pues comparten terr)
es que adquiere el significado que actualmente le damos, es decir “presa del
miedo”. Pero a su vez la palabra “aterrado” continúa conservando algo de su
antiguo sentido, pues el que está aterrado está abatido, cerca de la tierra. Se
comprende como la articulación significante se da por el lado de las
homonimias, los desplazamientos, las condensaciones, es decir por lo más
carente de sentido. [8]
Pero si “odio” deja de ser un afecto que me
asalta y deviene una pregunta “¿o dio?” o gira hacia la invocación a un Gran
Otro “Oh Dios” ¿qué ocurre en análisis con la una-equivocación que sumerge en
lo diverso a aquel que habla? Hay una pérdida del goce del referente, del goce
de la buena historia, entonces queda la angustia. La pérdida del referente
discursivo genera angustia porque toca inevitablemente la dimensión del ser,
pues si “odio” ya no es “mi odio” entonces ¿yo quién soy?
Vamos tras la pista de uno de los fantasmas
del Gran Otro que puede representar un obstáculo para el análisis: puede ser
que el goce de la buena historia, que el placer por el referente discursivo, no
se pueda poner en cuestión. Y esto por
el hecho de que, aunque pague caro mi lugar en el Otro, al menos tengo uno. “Se
sigue siendo prisionero del Gran Otro tanto más abiertamente en la medida en
que ello lo mantiene a uno en una determinada manera de existencia”. [9]
Y si el alivio de mis síntomas tengo que
pagarlo con una pérdida de mi historia como una historia una, con la pérdida de mi forma de existir para el Otro, o con la
variación de ésta, es posible que no tolere la pérdida del referente, y este
sea un indicador clínico de las posibilidades u obstáculos para que se pueda
dar un análisis.
Sin embargo:
No
se trata de decirle a cualquiera que se extravía al intentar considerar su vida
como historia, al hacer, decir, escribir su historia. Especialmente en
análisis, dichos momentos de “construcción” pueden ser decisivos, lo que no implica que uno se aferre a eso. [10]
Y con Lacan:
La
Historia, precisamente, está hecha para darnos la idea de que algún sentido
tiene. Por el contrario, la primera cosa que debemos hacer es partir de lo
siguiente: que estamos frente a un decir, que es el decir de otro, quien nos
cuenta sus necedades, sus apuros, sus impedimentos, sus emociones, y que es ahí
donde hay que leerse ¿qué? Nada que no sea los efectos de estos decires.[11]
Pronunciado por Lacan en el seminario Aún,
inmediatamente luego de decir que el lugar del Gran Otro es el único lugar que
le podemos asignar al ser divino, a Dios, armando una suerte de chiste para
decir que Dios es el lugar donde se produce el “Dieur” (Dieu: Dios; dire: decir) “Por poco, el decir se hace
Dios. Y en tanto se diga algo, allí estará la hipótesis de Dios”[12].
Entonces, el primer fantasma del Gran Otro
que puede obstaculizar un análisis se nos aparece bajo la forma de la Historia,
sea como sea que ésta sea considerada en tanto que historia una; y por lo tanto una estasis de las versiones que son las historias, un
modo de aferrarse al uni-verso, a la versión única del texto que así se juega,
por lo tanto un rechazo de lo di-verso, que adquirirá en las entrevistas con
una persona modalidades más o menos estables, y que decidirá la posibilidad o
no de que alguien pueda darle forma a una demanda de análisis.
Por qué no pensar, con Allouch y Lacan,
que quizá habrá personas que asistan a un tratamiento analítico, que no
será un análisis por la imposibilidad de salir de la Historia una, donde la posibilidad de hacer
escuchar, de delimitar, de “construir” aspectos de esa Historia, los alivie,
los modifique, se las haga, tal vez, menos pesada.
No aceptar el juego del
Otro.
Un estudiante de sociología un día decide
no levantarse, no ir a rendir sus exámenes, dejar de estudiar, de frecuentar a
sus amigos, de hacer lo que hace siempre. Comienza a quitarle pasión a sus
acciones, a quitarle el adjetivo y a quedarse solo con el infinitivo: dormir,
comer, caminar, andar, mirar… deambular. Poco a poco comienza a enajenarse de
todo lo que era signo para él: su ropa será solo vestimenta, su comida solo
comida, sus paseos solo paseos. Todo eso que antes lo representaba tan bien, ya
deja de representarlo. “Un hombre que duerme” de Georges Pérec.
Atrevernos: no ha sometido al Gran Otro a la
segunda muerte, se ha sometido el mismo; estado que Pérec denomina
“Indiferencia”, y que se asemeja al asceta en búsqueda de un grado cero del
deseo (y del goce).
La indiferencia disuelve el lenguaje,
enturbia los signos. Eres paciente y no esperas, eres libre y no eliges, estás
disponible y nada te moviliza. No pides nada, no exiges nada, no te impones
nada. Oyes sin escuchar, ves sin mirar: las grietas de los techos, las
tablillas de los parquets, el diseño de los baldosines, las arrugas que rodean
tus ojos, los árboles, el agua, las piedras, los coches que pasan, las nubes
que dibujan en el cielo formas de nubes… Nada se te escapa, pero todo lo captas
demasiado tarde, siempre demasiado tarde, las sombras, los reflejos, los
fallos, los quites, las sonrisas, los bostezos, la fatiga, el abandono. [13]
No obstante “la indiferencia no le había
dejado indiferente”, es solo una búsqueda, pronto el deseo se come las uñas y
de los dedos brota sangre. Vuelve el eros, y con él la desgracia. Noches sin
dormir. Has perdido tus poderes. La indiferencia es inútil. Tu rechazo es
inútil.[14]
Ese deseo que fue mal- tratado, desplazado, postergado,
cercado, fustigado, recae sobre el sujeto como un rayo, bajo la marca de la
desgracia. Así, no hay salida.
En otras palabras, no se puede matar al
deseo para salir del Gran Otro; el deseo volverá una y otra vez para susurrarnos
al oído.
Lo que esto viene a plantear en última
instancia es que la palabra no vale nada sin el eros (“la indiferencia disuelve
el lenguaje”). Es decir es humana en tanto erógena, lo que da supremacía a la
transferencia por sobre la interpretación.
La Comunión.
Del latín communio, el término comunión se refiere a participar de lo
común, la común unión con el otro, e incluso con cierto aspecto del Gran Otro,
por ejemplo en la comunión espiritual o sacramental, donde lo que se busca es
la unión de los espíritus con Dios, a través de la oración en el primero y a
través de la eucaristía en el segundo.
También la comunión es la expresión que utiliza el católico para hablar
de un estado particular en el que no solo percibe esa unión espiritual con
Dios, sino además también con otros miembros de la Iglesia, a los cuales supone
la misma comunión. Ésta es llamada “Comunión
de los santos”.
No es inusual que al volver de esos estados el católico sienta una
incierta desazón y surjan a su vez todo tipo de malentendidos entre los
comulgados. Pues ¿cómo se puede estar en lo común sin que lo común sea
complejizado por el dos?
El neurótico es como el parroquiano, pertenece a la iglesia del “sentido
común”. Ese sentido común es el de la
significación fálica.
Cito a Miguel Ferrero en su clase del 06-04-2013:
El inconsciente ¿qué es? es el trabajo de
alcanzar al Otro, el trabajo de cubrir la falta. ¿Qué es el sujeto del
inconsciente? Esto está dicho en el seminario de La Angustia: es el trabajo de
alcanzar al Otro. Una definición privilegiada del inconsciente. Es el trabajo,
vía sustitución y desplazamiento, de lograr el significante falo que completaría,
de tenerlo o de serlo, al Otro, y haría, en mi relación con el otro, de dos,
uno. Entonces el inconsciente no es nada lindo que nos ocurre, nos ocurre por
el hecho de haber nacido en un medio de
hablantes donde la posibilidad de un referente definitivo y único está
perdido, donde no hay palabra que sea el falo, que nombre exactamente lo que
falta para que hagamos de dos, uno. O sea no hay significante fálico, pero
todas las palabras tienden a eso, a encontrar el significante fálico, por eso
hablamos de significación fálica.[15]
El neurótico parroquiano, se sostiene del sentido común que le otorga la
Santísima Iglesia de los “pertenecientes a la orden del sentido sexual”. Ahora
bien, es este también quién podrá devenir analizante. Leamos de cerca las
palabras de Ferrero y saquemos dos postulados:
1-
El
Inconsciente nos ocurre porque nacimos en un “medio de hablantes”. Es una frase
muy cuidada. No dice que nos ocurre porque fuimos llamados por el Gran Otro, o
porque dependemos de un lugar Otro que nos antecedía. Un medio de hablantes es:
en medio de los hablantes, entre los otros que hablan, que no poseen algo y que
lo buscan.
2-
Hay una ilusión, entre esos que hablan, de que
podría haber algo, que de ser encontrado sería la comunión con el falo, y que
por el solo hecho de ser buscado ya engendra un determinado lugar: el Gran
Otro. En otras palabras, los parroquianos buscan a Dios, porque no pueden
encontrarlo, porque se les escapa, porque lo buscan aunque crean que está en todos
lados y no está en ninguno, y porque lo buscan, lo crean.
Está formulado en ese decir de Ferrero un postulado del psicoanálisis:
el Otro no existe. “No, el Otro no habla primero. Y no, no existe, cualquiera
sea el nombre que se le dé (Ser, Dios, Padre, Jacques Lacan)”[16].
¿Cuál es el obstáculo que representa para la cura analítica este fantasma
del Otro (puesto que no existe y solo es presencia fantasmal) encarnado en la
pretendida comunión?
Respuesta
uno: que se vuelva rígido en la transferencia, que no se pueda conmover esa
posición sacrificial del hijo hacia el Padre, tan clara en la pregunta de la
cruz “Padre ¿por qué me has abandonado?”
Si ese no es un llamado a la existencia, a que alguien no lo abandone, ¿qué clase de llamado es?
(…) ese
llamado, aunque sea del amor al amor, tampoco podría ser recibido en al
análisis como si regulase la cuestión del amor de transferencia, y
especialmente en la medida en que excluye el odio. Más exactamente, lo excluye
situándolo (sin decirlo) en un solo y único acontecimiento que de alguna manera
absorbe cualquier odio posible, un acontecimiento donde el Hijo goza al ser
maltratado por su Padre. El análisis no podría admitir que para cada uno todo
se juegue en la relación de ese Padre con ese Hijo, y tampoco que esa escena
perversa (Allouch se refiere al odio de
Dios en la crucifixión y al goce del Hijo) deba ser recibida como un don.
Ese gran Relato se erige contra lo diverso, con lo cual se relaciona el
análisis.[17]
Respuesta dos: que haya enamoramiento. Pues en el enamoramiento la
ilusión de que habría algo que se busca ya no está, se accede a la ilusión de
una pretendida comunión. Por eso Ferrero va a tomar una de las frases que da
título al seminario 24 de Lacan “El fracaso del inconsciente es el amor”. En el
amor pasión se pierde el trabajo del inconsciente, ese esfuerzo de intentar
alcanzar al Otro a través de los significantes.[18]
Digamos que el enamorado es alguien que puede hacer de su relación con
el Otro un “ídolo”, un objeto puntual de culto y veneración, algo que contiene
la divinidad en su presencia, un descenso a tierra de ese Gran Otro convertido
ahora en algo cercano y accesible. No es que el Otro deje de existir sino que
es ahora un pequeño otro muy puntual quién lo encarna. Por eso el objeto es susceptible
de todas las veneraciones e idolatrías.
Frente a amores así no hay posibilidades de análisis.
Preguntas que retumban en el
silencio
Hemos atravesado la experiencia de la escritura en búsqueda de algunas
respuestas locales, puntuales, al problema delimitado aquí: los espectros del
Gran Otro que vuelven dificultoso el análisis. Hemos dado con dos: la Historia
y la Comunión. Y lo hemos hecho a través de la mixtura de dos experiencias, por
un lado la lectura del libro de Allouch titulado “Prisioneros del Gran Otro”,
texto que nos ha aportado las bases conceptuales y epistemológicas para pensar
“La Historia”, “lo diverso”, y sobre
todo lo que ocurre con la noción del Gran Otro en los diversos recorridos de Lacan; por otra parte la revisión de las
clases de Miguel Ferrero en el seminario “Posibilidades
y obstáculos en la clínica psicoanalítica”, que le imprimieron al presente
texto coloraciones clínicas. Esa mixtura genera una pincelada, que corre a
exclusiva cuenta del autor del presente escrito.
Estos fantasmas, sin ser todos pues habrá otros seguramente, pueden (y
de hecho lo hacen) obstaculizar definitivamente un análisis, pero también
pueden ser sorteados. De eso dependerá que haya posibilidades o no de un
análisis. De nada vale colocar sobre estos fantasmas un acento negativo, son
producto de la estructura, por lo tanto la figura del parroquiano, que tomamos
como metáfora del neurótico, es también la de aquel que podrá ocupar el lugar
de analizante, en tanto que pueda poner en entre-dicho esos fantasmas, con el
grado de “herejía” que eso supone.
Quedan preguntas nuevas, nuevos puntos de partida. La escritura es un
modo de praxis, es aquella que Lacan nombrara en el seminario R.S.I. (que por
otra parte consuena con “hérésie”, herejía) siendo el analista al menos dos,
aquel que tiene efectos y el que a esos efectos los teoriza. Esa escritura
llegará, estimo, tanto como pueda ese analista haber avanzado en su propio
análisis y en su formación.
Quedan preguntas entonces, preguntas que se vacían en el viento.
Bibliografía
ALLOUCH, Jean: Prisioneros del Gran Otro. La
injerencia divina I. Buenos Aires 2013. 1era. Edición. Editorial El cuenco de
plata.
FERRERO, Miguel. Seminario Posibilidades y obstáculos
en la clínica psicoanalítica. Maestría en Psicoanálisis.
LACAN, Jacques. Escritos I. Función y Campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis.
Buenos Aires 2005. 2da. Edición. Editorial SigloXXI.
LACAN, Jacques El Seminario libro 5 Las formaciones del
inconsciente. Buenos Aires 2004
1era. Edición, 5ta. Reimpresión. Ed.: Paidós.
LACAN, Jacques El Seminario libro 20 Aun. Buenos Aires
2004 1era. Edición, 5ta. Reimpresión.
Ed.: Paidós.
[1]
ALLOUCH, Jean: Prisioneros del Gran Otro. La injerencia divina I. Pag.: 8.
Buenos Aires 2013. 1era. Edición. Editorial El cuenco de plata.
[2] Ibid., contratapa.
[3]
Disponible en http://lacano2013.org/docs/Jacob%20Roy%20L..pdf
[4]
La muerte física de un cuerpo no señala
su muerte, solo su desaparición. La muerte segunda solo sobreviene cuando se
han borrado todos los restos que le subsistieron, cuando en la tumba se borre
el nombre, se cubra de polvo, se desgrane. Nada quedará entonces.
[5]
Ibid., pag. 24.
[6]
LACAN, Jacques. Escritos I. Función y
Campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis. Pág.: 251. Buenos
Aires 2005. 2da. Edición. Editorial SigloXXI.
[8]
LACAN, Jacques El Seminario libro 5 Las
formaciones del inconsciente. Pág.: 34-37. Buenos Aires 2004 1era. Edición, 5ta. Reimpresión. Ed.: Paidós.
[9]
ALLOUCH, Jean: Prisioneros del Gran Otro. La injerencia divina I. Pag.: 8.
Buenos Aires 2013. 1era. Edición. Editorial El cuenco de plata.
[10]
Ibid., pág. 27
[11]
LACAN, Jacques El Seminario libro 20 Aun.
Pág.: 59. Buenos Aires 2004 1era.
Edición, 5ta. Reimpresión. Ed.: Paidós.
[12]
Ibid., pag 59. Asignarle al ser
divino el lugar del Otro no es equiparable a decir que el Otro es el ser
divino. Y en todo caso no será el “Dios de todos” de los cristianos, sino el
Dios de cada uno, el que cada uno hace ex - sistir por el hecho de que habla
(dice).
[13]
PÉREC, Georges. Un homme qui dort. Dirigida por Bernard Queysanne. Francia.
1976. Accesible en http://www.youtube.com/watch?v=moEKNyCBaes
[14]
Han insistido las ganas de realizar la escansión obvia: in-diferencia. Sutilmente, en voz baja, nota al pié.
[15]
FERRERO, Miguel. Seminario Posibilidades y obstáculos en la clínica
psicoanalítica. Clase del 06-04-2013. El resaltado es nuestro.
[16]
ALLOUCH, Jean: Prisioneros del Gran Otro. La injerencia divina I. Pag.: 66.
Buenos Aires 2013. 1era. Edición. Editorial El cuenco de plata.
[17]
Ibid., pág. 109
[18]
FERRERO, Miguel. Seminario “Posibilidades y obstáculos en la clínica
psicoanalítica”. Clase del 06-04-2013.